jueves, 8 de junio de 2017

HILVANADOS

Supe que debías resbalar la cornisa 
para morir en tus propias gravedades. 
Debías conocer el frio mármol 
para valorar el ardor de mis manos. 
Enterrarte en el cementerio de almas 
para emerger con resaltantes lentejuelas, 
adelgazarte en laberintos citadinos 
de confusa lengua babélica 
para pronunciarte en nuevo idioma de lengua. 

No fue sentimiento de abandono 
sino profundo amor de bárbara dulzura. 
Rebasaste la mansión enlutada de rosas 
arañando con garras leonas 
los muros que encadenan las bestias del amor. 

A tu lado yo, hombre de habla silenciosa 
atento al estallido de tu sangre en la fosa 
sin que llegaras al martirio de la ausencia. 
Hilvanamos corazones en ligaduras 
cuando caminabas la senda del fuego, 
titubeante, temerosa en la soledad de las islas. 

Te aguardé en singular para amarte 
y conjugar un verbo plural con nosotros. 
Nosotros, 
rocas de un castillo cosido por un sastre 
barriendo la pelusa del agobio, 
lavando adjetivos de oprobios recíprocos. 

En la lejía de los pórticos éramos presencia 
de cálidos adjetivos en geometrías. 
Con las manos del talabartero 
tallamos en nuestros cuerpos signos de ambrosia. 
Con tesón agricultor sobamos harina en las etapas del trigal y 
en las palmas cantaban voces intimas de jaleo universal. 
Construcción del paladar, dos bocas reinventando el fuego. 

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